Personajes Alfonso Diez |
“Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido”, dice el dicho y
muchas veces nos percatamos de esto cuando ya es difícil recuperarlo.
Hay quienes emigran buscando una vida mejor en otro país y llevan en la
bolsa un magnífico contrato, que tal vez no podrían conseguir en su lugar de
origen.
Hay otros que saben que su profesión está muy mal pagada en el lugar que
los vio nacer y se van buscando mejores oportunidades que, en la mayoría de los
casos, tienen un buen desenlace.
Pero aquellos que no llevan nada qué ofrecer, ni profesión, ni talento y
a veces ni ganas de trabajar; aquellos que emigran porque en su tierra “no la
hicieron” y creen que en otra ciudad o en otro país les irá mejor. Tal vez
cometen un error.
Tomemos el ejemplo de un joven que no tenía oficio ni beneficio y en
consecuencia no encontraba trabajo, porque además lo buscaba esperando no
encontrarlo, como dicen en mi pueblo.
Se fue de la Ciudad de México con la esperanza de encontrar un buen
trabajo en los Estados Unidos —le habían dicho que allá a todo mundo le
iba bien— y cruzó como “espalda mojada” (así les decían antes).
Estuvo cinco años en Los Ángeles, pero a lo más que llegó fue a
conseguir un empleo muy mal pagado por una temporada corta. Se hizo de amigos y
una familia lo adoptó, lo que le permitió navegar de la misma manera que lo
hacía en México: sin rumbo, sin trabajo y sin dinero.
Recapacitó y tras mucho reflexionar y platicarlo con sus amigos,
descubrió que podía tener más oportunidades acá que allá: “Cometí muchos
errores, pero el más grande fue que en realidad no busqué trabajo con ganas; me
voy a regresar y ahora sí la voy a hacer en México, es mi gente”.
De regreso, hizo algunos intentos, pero la mayoría no llenaba sus
expectativas: “de obrero, jamás”. Una vez, lo citaron para una entrevista de
trabajo a las 9 de la mañana y se levantó a las 6, muy animado, se bañó y se
puso su mejor traje, tomó su cafecito de rigor y se fue a la entrevista, pero
se le hizo temprano, llegó al cuarto para las ocho, así que se puso a dar de
vueltas frente al lugar del posible trabajo. Se fumó varios cigarros, recorrió
los alrededores con la mirada, buscó dónde sentarse, pero no encontró y
desesperado, faltando diez minutos para las nueve, tiró la última colilla y con
un “cheque su mail” en los labios se regresó a la comodidad del cuartito que le
prestaban para dormir… Tenía que reponer su sueño, estaba en realidad muy
desmañanado, pero además, él no iba a estar esperando a nadie más de una hora.
Otra vez, consiguió trabajo como cajero en el barecito del Hotel Plaza,
que estaba en la esquina de Insurgentes y Sullivan —quién sabe cómo le
hizo—. Ya llevaba una semana cuando lo fue a ver un primo que era tal vez
su mejor amigo. Éste llegó con tres muchachas guapas del ambiente artístico y
otro amigo. Se tomaron algunas copas con su respectiva botana y cuando la
plática se lo permitía, el primo volteaba a ver al nuevo cajero, con una mirada
de entre échale ganas, vas bien, y no sabes de lo que te pierdes.
Éste de repente abandonaba la caja para ir a brindar con su primo y
amigos y, desde luego, con la intención de conocer a la tercera muchacha, la
que no acompañaba a ninguno de los otros dos y que, obviamente, le tenía que
estar destinada.
Sondeaba el terreno, brindaba con ella y cada vez más “sentía” que podía
tener éxito. Pero de repente, sintió que el mundo se le venía encima, cuando él
creía que lo mejor que le podía suceder era tener su trabajo como cajero, se
daba cuenta que la felicidad se le escapaba… porque su primo y amigas y amigo
se estaban despidiendo: Bueno `mano, ni modo, ya nos vamos, vamos al
departamento a seguir la fiesta. “¿Todos?” Claro. “¿Con las muchachas?”
Claro, si no, ¿Cuál fiesta?
Ahí se dio cuenta que su trabajo y la carabina de Ambrosio eran lo
mismo. Les dijo: espérenme tantito. Habló con uno de los meseros para
encargarle la caja y se fue con ellos.
Volvió a navegar igual que antes, pero con una diferencia: se casó con
una joven, mayor que él, que lo idolatraba desde que ambos eran muy jóvenes,
porque en realidad él no era mal parecido. Ella puso un departamento, tuvieron
dos hijas y, desde luego, se encargaba de los gastos de la casa… y de él.
Pero lo que tenía que suceder, sucedió; el arreglo tronó, pero como ya
llevaba cinco ó seis años en México, decidió que su salvación era irse otra vez
a los Estados Unidos: “Ahora todo va a ser diferente, porque allá dejé a varios
amigos y si sobreviví cuando no conocía a nadie, ahora sí la voy a hacer”.
Otra vez de “espalda mojada”, otros cinco años en Estados Unidos: la
señora de edad que lo mantiene con tal de tener sexo seguro con un joven no mal
parecido y otra vez “el truene”. De regreso a México sin un quinto en la bolsa,
como siempre… Y la repetición de la historia una y otra vez.
El final: un amigo de la infancia bien posicionado en el gobierno le dio
un buen trabajo en Manzanillo, pero de ahí “alguien” se lo jaló para Estados
Unidos. En la actualidad trabaja —¿como bell boy?— en un hotel de
San Francisco. Tiene cáncer de piel, en la cara, y ha sido sometido a varias
operaciones que le han desfigurado un rostro por el que ya han pasado 65
inviernos.
Sus hijas en México, no lo necesitan, nunca fue un padre para ellas. Su
esposa lo ha ido a cuidar cada vez que lo operan, pero ahora ya juró no regresar.
Tiene papeles que le dan acceso al Social Security de allá, pero no tiene
residencia —quién sabe cómo consiguió tales documentos—.
No tiene ahorros y dice que en cuanto liquide sus tarjetas de crédito y
acabe de pagar la camioneta se regresará a vivir a México para pasar los años
que le queden de vida junto a la que pudo ser su familia.
Se vislumbra, evidentemente, un panorama negro. Difícilmente encajará en
un hogar que nunca fue de él. Seguramente llegará a crear conflictos y el poco
dinero que traiga no le va a durar. ¿Irá de vuelta a Estados Unidos? Está
viviendo un destino que él mismo se forjó.
Moraleja: No puedes buscar tu futuro brincando de un lugar a otro y
fracasando en todos. Si no “la hiciste” aquí, ni allá, ni aquí… ten la
seguridad de que el problema no es el lugar donde “la quieres hacer”, el
problema eres tú. Tienes que cambiar. Nunca es tarde. No adoptes el “genio y
figura hasta la sepultura” que sólo visten los que no quieren crecer. Cambia,
corrige tus errores… Crece.
Esta historia, por cierto, es real. |